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Descubrimiento, genocidio y negación: los cimientos de América.


"...Y por fin encontró quien le contara la verdad, mi general, que habían llegado unos forasteros
que parloteaban en lengua ladina pues no decían el mar sino la mar y llamaban papagayos a las
guacamayas, almadías a los cayucos y azagayas a los arpones, y que habiendo visto que salíamos
a recibirlos nadando en torno a sus naves se encarapitaron en los palos de la arboladura y se
gritaban unos a otros que mirad qué bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras,
y los cabellos gruesos y casi como seda de caballos, y habiendo visto que estábamos pintados para
no despellejarnos con el sol se alborotaron como cotorras mojadas gritando que mirad que de ellos
se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios, ni blancos ni negros, y dellos que los
haya, y nosotros no entendíamos por qué carajo nos hacían tanta burla mi general si estábamos
tan naturales como nuestras madres nos parieron y en cambio ellos estaban vestidos como la
sota de bastos a pesar del calor (...) y tienen el pelo arreglado como mujeres aunque todos son
hombres, que dellas no vimos ninguna y gritaban que no entendíamos en lengua de cristianos
cuando eran ellos los que no entendían lo que gritábamos, y después vinieron hacia nosotros
con sus cayucos que ellos llaman almadías, como dicho tenemos, y se admiraban de que
nuestros arpones tuvieran en la punta una espina de sábalo que ellos llaman diente de pece,
y nos cambiaban todo lo que teníamos por estos bonetes colorados y estas sartas de pepitas de
vidrio que nos colgábamos en el pescuezo por hacerles gracia, y también por estas sonajas
de latón de las que valen un maravedí y por bacinetas y espejuelos y otras mercerías de Flandes,
de las más baratas mi general, y como vimos que eran buenos servidores y de buen ingenio nos
los fuimos llevando hacia la playa sin que se dieran cuenta, pero la vaina fue que entre el
cámbieme esto por aquello y le cambio esto por esto otro se formó un cambalache de la
puta madre y al cabo rato todo el mundo estaba cambalachando sus loros, su tabaco,
sus bolas de chocolate, sus huevos de iguana, cuanto Dios crió, pues de todo tomaban
y daban de aquello que tenían de buena voluntad, y hasta querían cambiar a uno de nosotros
por un jubón de terciopelo para mostrarnos en las Europas, imagínese usted mi general, qué
despelote..."

Gabriel García Márquez, El Otoño del Patriarca, Buenos Aires, Sudamericana, 1975.

El anterior fragmento parece solo un simpático pasaje de un libro del genial García Márquez, sin embargo es mucho más que eso, porque el autor a través de su particular estilo de escritura está retratando aquella confusión que de seguro tuvieron los originales habitantes de América al ver llegar a los españoles. 
Confusión, poco entendimiento, abuso de confianza y actitud dominante son algunas de las cosas que podemos traducir de este pequeño extracto. Y aunque nos parezca muy agradable leerlo en un libro, lo cierto es que esto forma parte de una realidad que no tuvo un ‘final’ tan feliz como aquel que podría haber narrado Márquez. Desde el vamos podemos observar como los españoles se extrañan del comportamiento de los indígenas, como se maravillan y se preguntan sobre esos ‘extraños’ sujetos que aparecen en la costa a darles ‘la bienvenida’. 
En este momento tenemos un choque de culturas, Europa se encuentra con América. El hombre blanco encuentra a otro hombre, uno totalmente divergente de todo lo que conocía. Y este suceso lo hace temblar, lo hace dudar, lo hace preguntarse por su propia humanidad. En aquellas costas comienza a surgir la pregunta antropológica, el observar aquella otredad que les es tan ajena. ¿Quiénes son esos hombres del color del barro que nadan en torno a los barcos? ¿Son siquiera hombres? ¿Poseen alma?. Y así, por accidente, el mundo cambia para siempre tanto para el hombre blanco como para aquel pobre aborigen que en los siglos venideros será sometido y torturado de las formas más horribles. Entre el intercambio de objetos, la extrañeza por la diferencia y la intención de llevarse consigo a uno de los aborígenes ‘para mostrarlo en Europa’, podemos ver como lentamente se va perfilando lo que luego derivara en el genocidio más grande ocurrido en América.
Aquellos ‘indios’ no lo saben aún, pero de la mano de aquellos hombres ‘’vestidos como la sota de bastos’’, comenzará un periodo donde serán aniquilados, denigrados e incluso esclavizados. Y esta suerte de destino no la sufrirán solo aquellos primeros aborígenes que reciben al hombre europeo, sino también toda su descendencia. 

¿Pero cómo es posible que una minoría numérica logré imponerse con tanta brutalidad ante una mayoría? Balanpier define esta situación como, válgame la redundancia, ‘situación colonial’. Y es que esta imposición de una minoría extranjera se da a través de una supuesta superioridad racial y cultural que se afirma en forma dogmática. En este contexto surgirá también el concepto de ‘indio’, herramienta que se usará a lo largo de la historia para definir al colonizado, a ese otro inferior, y justificar todos los actos terribles a los que se lo someterá. 
En esta situación de dominación colonial nos encontramos, en palabras de Chiriguini, con una situación de dominación total. Los colonizadores abarcaran todas las dimensiones de la realidad de los colonizados: social, política-administrativa, ideológica y material. Los colonizados no tendrán libertad y dependeran por completo de aquellos ‘hombres civilizados’ que llegan para ‘llevarlos hacia el progreso y las buenas costumbres’. Chiriguini nos va a describir dos modelos de dominación colonial: por un lado tenemos aquel usado por países como Francia, en el cual se da una dominación netamente económica y con poca incidencia militar y política en las colonias; este modelo se denomina como gobierno indirecto. Sin embargo en América lo que hicieron los colonizadores fue un gobierno directo, mediante el cual tomaron control de todos los aspectos de la vida de los colonizados, este modelo permitió a los colonizadores hacer frente a la competencia interna y externa y someter con mayor ‘éxito’ a aquellos pueblos que si no se sometían corrían el riesgo de acabar aniquilados por completo. 
Dentro de este tipo de gobierno nos encontramos con tres tipos de dominación colonial muy diversos, pero todos igual de efectivos. En el texto de Márquez podemos ver un atisbo, muy leve, de todos ellos y cómo con ese pequeño primer encuentro se comienzan a dilucidar. 
Estos métodos son: 
  • Primer método: violencia directa y consciente. Eliminación indirecta o inconsciente al introducir enfermedades como la viruela, el sarampión, la fiebre tifoidea, entre otras, en poblaciones vulnerables y sin defensas. Destrucción de las economías regionales por traslado de la fuerza de trabajo masculina hacia lugares requeridos por la economía de la metrópoli.
  • Segundo método: la práctica (de parte de los españoles) del ‘paternalismo’, instalando en la sociedad colonizada la necesidad de contar con un amo, un tutor blanco que orientará, educará y ‘civilizará’ al nativo. Crea una situación de subordinación psicológica.
  • Tercer método: actitud de distanciamiento, mirada deshumanizada.
La llegada de los españoles se nos presenta en el colegio primario como un adorable suceso, donde el hombre blanco se encontró con los tiernos e ignorantes aborígenes, y que impulsado por su espíritu ‘de bien’ se dio a la tarea de sacarlo de las sombras de ignorancia. 
Es posible que caigamos en la tentación de decir: eso fue antes, ahora las cosas cambiaron, sin embargo no es así, pudieron haber cambiado los métodos, pero hoy en día los pueblos originarios siguen sometidos. Ellos son ‘los otros’, ‘los marginados’. Obligados a trabajar en condiciones precarias, a renunciar a su cultura, a sus costumbres, a su identidad y a su territorio. Es un error creer que la situación colonial fue algo de antes, algo que ya pasó. La situación colonial es algo muy presente hoy en día, y si bien sus formas cambiaron, es una realidad para todos los pueblos originarios que viven en suelo Argentino y, me atrevo a decir, americano. 

En los 60’ González Casanova propuso el término de ‘colonialismo interno’; a través de él buscará explicar las relaciones desiguales en estados independientes, en donde los más vulnerables son indígenas, mestizos y negros. Las características típicas del colonialismo siguen operando en estos estados. González Casanova hablará de sociedades heterogéneas, integradas por ‘nosotros’ y los ‘otros’, sin embargo Stavenhagen criticara el pensar a la sociedad en términos duales, la sociedad es una, pero se llegó a ver como algo dual a causa del colonialismo interno. 
De esta forma a través de determinados patrones los pueblos indígenas estarán condenados a la marginalidad y la pobreza. Cabe entonces preguntarse por los factores que configuran estos patrones, y entre ellos encontraremos factores económicos, políticos, sociales, militares y ambientales, que articulan experiencias cualitativas y cuantitativas de privación material, jurídica y simbólica, y ayudarán, casi podríamos decir que favorecerán, a que estas relaciones de desventaja se perpetúen y reproduzcan a lo largo del tiempo. Las comunidades indígenas no tienen las mismas oportunidades de empleo, ni el mismo acceso que otros grupos a servicios públicos y/o a la protección de la salud, de la cultura, de la religión, como tampoco a la administración de la justicia. En palabras de Cimadamore: ‘’los pueblos indígenas tienen más posibilidades de ser pobres que los no indígenas. La esperanza de vida al nacer para ellos es de 10 a 20 años menor que la del resto de la población. La mortalidad infantil es de 1,5 a 3 veces mayor que el promedio nacional. Tienen también menos posibilidades de vivir en hogares adecuados y seguros y de tener acceso al agua potable, a la sanidad y a una nutrición apropiada’’. (En CIMADAMORE, A. y otros.)

En pos de todo lo anteriormente mencionado, no es extraño, ni descabellado, que los pueblos indígenas exigan que el Estado los reconozca como parte activa de esta sociedad. Y es que es una deuda eterna del estado nacional. Para empezar es deber del estado reconocer el territorio que a los pueblos originarios les corresponde por derecho, y con territorio no nos referimos a un simple solar de tierra, sino a todo lo que este simboliza para los indígenas. Bello explicará al territorio como un emblema de identidad para todos los pueblos originarios. El territorio engloba su cosmovisión, su lengua, su apego a la naturaleza, su identidad cultural, sus tierras, sus recursos naturales, la biodiversidad, el medio ambiente, la organización social del espacio, su jurisdicción, su control político y su soberanía, entre otros. El concepto de territorio, de acuerdo a Cimadamore, es un conjunto de derechos que se articulan con el principio de autodeterminación. 
Es necesaria la construcción de un estado plural que permita la participación de los pueblos indígenas. Así, y solo así, lograremos romper con la situación colonial y darle a los pueblos originarios y a las minorías el lugar que por derecho les pertenece. Liliana Tamagno dice: ‘’ los pueblos indígenas deben ser integrados. Jamás estuvieron aislados. Desde la llegada del conquistador la vida de estos conjuntos es una lucha por la autonomía, es una lucha por mantener la existencia, es una lucha por mantener viva la subjetividad que les pertenece. (...) Muchos de esos que no se reconocen como indígenas dejaron de serlo en un camino muy doloroso, que es el camino de la transformación obligada; tuvieron que dejar sus lugares de origen para ir a la ciudad en busca de mejores condiciones de existencia’’. (TAMAGNO, L. en ‘Un debate sobre la interculturalidad bilingüe). 
La llamada ‘Campaña del desierto’, la situación en las algodoneras del Chaco, La Forestal, y la masacre de Napalpí, son hechos que parecen sacados de algún relato de la misma línea temporal que aquel escrito por Márquez, pero que están más cerca de lo que creemos. Estos terribles hechos son recordatorios constantes de que no vivimos en un Estado donde todos tenemos las mismas oportunidades y derechos. Son un llamado de atención para que despertemos y nos demos cuenta que aún nos queda mucho por lo que pelear, y que abandonemos nuestra comodidad para luchar por aquellas minorías que aún hoy, en pleno siglo XXI, siguen luchando para que los traten como seres humanos, y así poder gozar de los mismos derechos que el resto de los habitantes de este país.
Hasta ahora esta monografía se centró en un hecho que ocurrió hace aproximadamente 500 años: el ‘descubrimiento’ de América. Pero me gustaría ahora dejar atrás este disparador, que quizás es temporalmente lejano, y moverme un poco más cerca de nuestra realidad, el objetivo de esto será contrastar ambos hechos y señalar cómo es que aún hoy en día la situación de los pueblos originarios sigue siendo tan precaria y nefasta como lo era hace medio siglo. 

Durante el siglo XX se inició en el norte de nuestro país lo que se conoció como ‘sistema de reducciones estatales indígenas’. El objetivo de este sistema era mantener a raya a los aborígenes que no habían perecido en las campañas militares llevadas a cabo en el norte de nuestro país. De estas reducciones las más famosas fueron las de Napalpí, fundada en el año 1911 en Chaco, la de Bartolomé de las Casas en Formosa, fundada en el año 1914, y finalmente las colonias Francisco Javier Muñiz y Florentino Ameghino, creadas en 1935 en el actual suelo formoseño. En cada reducción fueron sometidos diferentes pueblos aborígenes. En Napalpí, tobas y mocovíes; en Bartolomé de las Casas y Ameghino, pilagás y tobas; y en Muñiz, wichies. 
Un informe de la Comisión Honoraria de Reducciones Indígenas (CHRI) del año 1936 describe cómo era la estructura edilicia de la reducción de Napalpí: “Se compone de diversos edificios, con una administración, casas para los empleados blancos, almacén de provisión, escuela y depósito para las cosechas.”. “Al ingresar a la colonia, el administrador les impone de sus deberes (a los indígenas) (…) y son alojados en vivienda de paja y adobe (…) Para sus necesidades inmediatas se les da un crédito y al final de la cosecha, verificada la venta, se les descuenta del total lo adelantado en víveres, útiles o ropa” (CHRI, Nº4, 1936). Como queda claro en dicho informe, los indígenas que se encontraban en aquellas reducciones eran mera mano de obra, no valían nada y no les importaban en lo más mínimo a aquel hombre blanco que se hacía rico a expensas de su sufrimiento. 
Siguiendo a Marx en el capítulo XXIV de El Capital (1973) donde explica la acumulación originaria, las reducciones civiles estatales indígenas junto a los ingenios, obras y misiones religiosas de la zona van a ser centrales en la creación de sujetos que sólo tengan para ofrecer su fuerza de trabajo y se vean forzados a incorporarse al modo de producción capitalista como sujetos asalariados. En el caso de los indígenas en un doble proceso de subordinación étnica y clasista que se asienta en la conquista militar y en el disciplinamiento en condiciones de trabajo semi esclavas. La privatización de la tierra y los sujetos se dará por medio de la violencia y la sangre, pero también de prácticas de trabajo forzado y control disciplinario de los grupos sociales indígenas. 
Iñigo Carrera explica el surgimiento de los conflictos que llevarían a la perpetuación de violencia y al derramamiento de sangre que acontecerá en la masacre de Napalpí, y el dirá: ‘’(...)en esos años se da en Chaco una fuerte expansión de la frontera agropecuaria, en particular de la producción algodonera que en 1911 era de 1300 hectáreas en toda la provincia, en 1930 supera las 100.000 has y en 1938 llega a las 300.000 hectáreas cultivadas. La mano de obra indígena, entonces, será necesaria para acompañar este crecimiento y será utilizada en los trabajos de carpida y cosecha que requieren de trabajo estacional. Lo importante será que los colonos vecinos y los ingenios de la zona tengan mano de obra disponible en las cercanías de los campos productivos del interior chaqueño para cuando necesitaran los “brazos fuertes y baratos”, según palabras del propio coronel Rostagno.’’ 
(Marcelo Musante (2015). Reducciones Indígenas. Un fantasma perdido entre archivos y relatos historiográficos. XI Jornadas de Sociología. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.)
Todo esto llevará a la repartición de tierras por parte del Estado, y la exigencia cada vez mayor de mano de obra aborigen. La situación para los indígenas en las reducciones será cada vez peor, ya que el hombre blanco encontrará una nueva forma de dominación ‘la deuda’, ya que sólo pueden comprar víveres e insumos en la despensa de la reducciones, en consecuencia adquieren una deuda con las reducciones, ya que ellos solo pueden pagar por lo consumido con el fruto de su trabajo, que nunca es suficiente. ‘’El poder de la deuda es una de las formas que adquiere la dominación y produce una relación social de dependencia frente a una situación de autonomía’’. (Arengo, 1996). 
La situación en las reducciones comienza a escalar y ser cada vez más violenta, los aborígenes cada vez son más castigados y su trabajo cada vez vale menos. El hombre blanco los hace trabajar hasta la muerte, y cuando esto pasa, descarta al sujeto y consigue uno nuevo. A raíz de todo esto comienzan a generarse revueltas. 
Se produce una sublevación de tobas y mocovíes por una serie de restricciones económicas y de libre circulación que el gobernador del territorio nacional del Chaco, Fernando Centeno, impuso a los sujetos indígenas. A eso se sumó la demanda por las condiciones de supervivencia y a la persecución constante de los indígenas por la policía local. Usando todo esto como excusa, en estado chaqueño comienza a crear la imagen del indígena revoltoso, salvaje, incontrolable. Siembran la idea de que los ‘indios’ son seres inferiores, indomables, que no obedecen a ningún tipo de lógica. 
El 19 de julio de 1924 cambiaría la historia para todos los aborígenes que ‘trabajaban’ y vivían en reducción Napalpí. Para explicar lo que ocurrió prefiero citar las palabras de Juan Chico, porque creo que no hay nadie mejor que él para explicar lo terrible y nefasto que fue lo allí ocurrido: 
“Le sorprendieron a los indígenas. Los masacraron sin saber la razón… Bien temprano llegaron los policías. Se asustaron toda la gente cuando llegaron a la costa. Era una explosión. Muchos murieron de los mocovíes, ancianos, jóvenes y jovencitas. Murieron todas nuestras abuelas. Qué se van a enfrentar al arma de fuego. Iban cayendo las ancianas que estaban cantando. Los cuervos no volaron una semana porque estaban comiendo de los cuerpos. No le dejaban entrar a los indígenas ni para mirar donde estaban los muertos. Estaba custodiado por la policía. Quién iba a enterrar a los muertos, quedaron ahí en la intemperie. No se permitía enterrarlos”. (Chico Juan y Mario Fernández. 2008)
Así de esta manera y con esta impunidad el gobierno de la provincia del Chaco dio fin a las vidas de cientos de aborígenes, aún hoy se desconoce la cifra exacta, pero se cree que podrían llegar a las mil personas. Como en su momento en gobierno había sembrado la imagen de salvajismo por parte de los indios, la masacre de Napalpí pasó sin pena ni gloria. Cientos de vidas se perdieron y el genocidio allí ocurrido fue escondido por el estado. Los pocos sobrevivientes que quedaron decidieron no hablar, ya que el miedo a las represalias por parte del estado era algo muy tangible.
La masacre de Napalpí y la masacre de Rincón Bomba son una expresión más de aquel colonialismo brutal que aconteció en el siglo XVI. Sucesos separados por casi 400 años de historia, pero que comparten el mismo origen y los mismos motivos: explotar a aquellos indios que son considerados inferiores y así lograr dominarlos, y en caso de que no se puedan dominar, masacrarlos. 
De Napalpí recién se comenzará a hablar 80 años después, cuando aquellas pocas voces testigos que quedan comienzan a contar su historia, y cuando finalmente haya quienes quieran escucharla. Las víctimas de Napalpí, y todos aquellos aborígenes que fueron masacrados a lo largo de los últimos 500 años jamás tendrán justicia, porque quienes deben responder por estos crímenes terribles ya están muertos. Lo único que podemos ofrecerles, y que de hecho es una deuda para con ellos, es memoria. No olvidar lo que ocurrió. Alzar la voz e incomodar a quienes están al poder para exigir que esto jamás vuelva a pasar. Pero sobre todo es una deuda eterna trabajar por construir un estado plural, donde ninguna minoría quede fuera, y donde los pueblos originarios reciban el respeto y reconocimiento que tanto merecen. 

Debemos trabajar desde las escuelas para incluir a los niños aborígenes y debemos enseñar a los niños no-aborígenes a respetarlos y entenderlos como una parte hermosa y fundamental de nuestra sociedad. Es necesario educar a nuestra población para que entiendan el real valor que tienen los pueblos originarios y que se respeten sus culturas, sus tradiciones, su lengua y su territorio. El estado Argentino debe garantizar la inclusión de absolutamente todos los habitantes del país. 
Mientras los pueblos originarios se vean ignorados y forzados a vivir en las periferias de las ciudades, por fuera de la sociedad y en condiciones de precariedad y desventaja, esta deuda seguirá latente, y será tarea de todos luchar por estos derechos.
Porque nuestro Estado, y la mayoría de los estados de este continente están cimentados sobre la sangre derramada de nuestros pueblos originarios. Y seguir ignorando este hecho nos convierte en cómplices de una situación que debe terminar. Debemos apoyarnos todos como hermanos argentinos, sostenernos mutuamente y asegurarnos que todos los habitantes de este país disfruten de los mismos derechos, oportunidades y obligaciones. Es una deuda social, moral y espiritual. Es nuestro deber como seres humanos.










BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA Y CONSULTADA: 

CHIRIGUINI, M.C. (2009) Del colonialismo a la globalización: procesos históricos y Antropología.

QUIJANO, A. (1992) Colonialidad y Modernidad/Racionalidad. En Perú Indígena Nº13. pp 11-20.

CIMADAMORE, A. y otros. (2006) Pueblos Indígenas y pobreza. Enfoques interdisciplinarios. Buenos Aires: CLACSO- Prólogo e introducción. 

STAVENHAGEN (1992) La cuestión étnica. Algunos problemas teórico metodológicos. En Estudios Sociológicos X: 28pp 53-76.

BONFIL BATALLA, G. (1972). El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial. Anales de Antropología 9: 105-124. 

MUSANTE, M. (2015). Reducciones Indígenas. Un fantasma perdido entre archivos y relatos historiográficos. - http://cdsa.aacademica.org/000-061/603.pdf

ANRed, (2019). A 95 años de la Masacre de Napalpí: «Los cuervos no volaron una semana». https://www.anred.org/2019/07/19/a-95-anos-de-la-masacre-de-napalpi-los-cuervos-no-volaron-una-semana/

ALMIRON, A.A. (2016). Política de tierras y la cuestión indígena en el Territorio Nacional del Chaco (Argentina): aproximaciones en torno a la tenencia legal del suelo, 1903-1951. http://www.scielo.org.co/pdf/histo/v8n16/v8n16a06.pdf

TAMAGNO, L. (2001) Nam Qom Huetaa Na Doqshi Ima. Los tobas en la casa del hombre blanco. La Plata: Ed. Al Margen. 

TRINCHERO, H. (2000). Los dominios del demonio Civilización y Barbarie en las fronteras de la Nación El Chaco Central. Buenos Aires: Eudeba. 

MAPELMAN, V. (2010). “Octubre Pilagá”. Documental. 80’. Buenos Aires https://www.youtube.com/watch?v=ZWV-8P4MA00

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CARRERA, Iñigo Nicolás. (1984) Campañas militares y clase obrera, Chaco, 1870-1930. CEAL, Buenos Aires.

MINISTERIO DE EDUCACIÓN, Clase 4: Las políticas hacia los indígenas en el Gran Chaco: Reducciones, Masacres y Misiones durante el siglo XX. http://www.ceapi.info/wp-content/uploads/2015/12/Expansi%C3%B3n-estatal-y-Pueblos-originarios.-Pampa-y-Patagonia-y-el-Gran-Chaco-Clase-4.pdf